domingo, 18 de diciembre de 2011

COEDUCACIÓN

Nuestro colegio “Pedro Parias” ha celebrado el día 25 de Noviembre el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la mujer. Para ello se realizaron diferentes actividades dependiendo de los ciclos.
De manera simbólica, toda nuestra comunidad educativa lució el lazo violeta. Compartimos las lecturas de cuentos como: “Rosa Caramelo“ y “Una historia de amor entre Arturo y Clementina”, ambos de Adela Turín y Nella Bosnia de la editorial Lumen y decoramos nuestros paneles de los pasillos con sus actividades complementarias.
El tercer ciclo, además,  asistió al Teatro Municipal  para la lectura de relatos  cortos que ellos mismos habían creado  y donde se hizo  la entrega de los premios de marca páginas  que habían trabajado en sus respectivas clases. Estas actividades se hicieron conjuntamente con el I.E.S. y desde el  Ayuntamiento en coordinación con el área de la mujer.
Estos son los dos cuentos que hemos leído y trabajado en el colegio. 

ROSA CARAMELO

Había una vez en el país de los elefantes... una manada en que las elefantas eran suaves como el terciopelo, tenían los ojos grandes y brillantes, y la piel de color rosa caramelo. Todo esto se debía a que, desde el mismo día de su nacimiento, las elefantas sólo comían anémonas y peonias. Y no era que les gustaran estas flores: las anémonas- y todavía peor las peonias- tienen un sabor malísimo. Pero eso sí, dan una piel suave y rosada y unos ojos grandes y brillantes.

Las anémonas y las peonias crecían en un jardincillo vallado. Las elefantitas vivían allí y se pasaban el día jugando entre ellas y comiendo flores.
“Pequeñas”, decían sus papás, “tenéis que comeros todas las peonias y no dejar ni sola anémona, o no os haréis tan suaves como vuestras mamás, ni tendréis los ojos grandes y brillantes, y, cuando seáis mayores, ningún guapo elefante querrá casarse con vosotras”.

Para volverse más rosas, las elefantitas llevaban zapatitos color de rosa, cuellos color de rosa y grandes lazos color de rosa en la punta del rabo.

Desde su jardincito vallado, las elefantitas veían a sus hermanos y a sus primos, todos de un hermoso color gris elefante, que jugaban por la sabana, comían hierba verde, se duchaban en el río, se revolcaban en el lodo y hacían la siesta debajo de los árboles.

Sólo Margarita, entre todas las pequeñas elefantas, no se volvía ni un poquito rosa, por más anémonas y peonias que comiera. Esto ponía muy triste a su mamá elefanta y hacía enfadar a papá elefante.
“Veamos Margarita”, le decían, “¿Por qué sigues con ese horrible color gris, que sienta tan mal a un elefantita? ¿Es que no te esfuerzas? ¿Es que eres una niña rebelde?¡Mucho cuidado, Margarita, porque si sigues así no llegarás a ser nunca una hermosa elefanta!”

Y Margarita, cada vez más gris, mordisqueaba unas cuantas anémonas y unas pocas peonias para que sus papás estuvieran contentos. Pero pasó el tiempo, y Margarita no se volvió de color de rosa. Su papá y su mamá perdieron poco a poco la esperanza de verla convertida en una elefanta guapa y suave, de ojos grandes y brillantes. Y decidieron dejarla en paz.

Y un buen día, Margarita, feliz, salió del jardincito vallado. Se quitó los zapatitos, el cuello y el lazo color de rosa. Y se fue a jugar sobre la hierba alta, entre los árboles de frutos exquisitos y en los charcos de barro. Las otras elefantitas la miraban desde su jardín. El primer día, aterradas. El segundo día, con desaprobación. El tercer día, perplejas. Y el cuarto día, muertas de envidia. Al quinto día, las elefantitas más valientes empezaron a salir una tras otra del vallado. Y los zapatitos, los cuellos y los bonitos lazos rosas quedaron entre las peonias y las anémonas. Después de haber jugado en la hierba, de haber probado los riquísimos frutos y de haber comido a la sombra de los grandes árboles, ni una sola elefantita quiso volver nunca jamás a llevar zapatitos, ni a comer peonias o anémonas, ni a vivir dentro de un jardín vallado. Y desde aquel entonces, es muy difícil saber viendo jugar a los pequeños elefantes de la manada, cuáles son elefantes y cuáles son elefantas,
¡¡Se parecen tanto!!


UNA HISTORIA DE AMOR ENTRE ARTURO Y CLEMENTINA.

Un hermoso día de primavera Arturo y Clementina, dos jóvenes y hermosas tortugas se conocieron al borde de un estanque, y aquella misma tarde descubrieron que estaban enamoradas.

Clementina, alegre y despreocupada, hacia muchos proyectos para su vida futura, mientras paseaban los dos a orillas del estanque y pescaban algunas cosillas para la cena.

Clementina decía, “Ya veras que felices seremos, viajaremos y descubriremos otros lagos y otras tortugas diferentes, encontraremos otra clase de peces y otras plantas y flores en la orilla, ¡será un vida estupenda! Iremos incluso al extranjero, ¿sabes una cosa? Siempre he querido visitar Venecia”, Arturo sonreía y decía vagamente que sí.

Pero los días transcurrieron iguales al borde del estanque. Arturo había decidido pescar él solo para los dos, y así Clementina podría descansar. Llegaba a la hora de comer con renacuajos y caracoles y le preguntaba a Clementina, “¿Cómo has estado cariño, la has pasado bien?”, y Clementina suspiraba. “Me he aburrido sola todo el día esperándote” “¡Aburrido!” Gritaba Arturo indignado “¿Dices que te has aburrido? Busca algo que hacer. El mundo esta lleno de ocupaciones, solo se aburren los tontos”. A Clementina le daba vergüenza ser tonta y hubiera querido no aburrirse tanto, pero no podía evitarlo.

Un día cuando volvió Arturo, Clementina le dijo, “Me gustaría tener una flauta, aprendería a tocarla, inventaría canciones y eso me entretendría”, pero a Arturo esa idea le pareció absurda “¿tu tocar flauta? Ni siquiera distingues las notas, eres incapaz de aprender, no tienes oído”.

Y aquella noche Arturo apareció con un hermoso tocadiscos y lo ató a la casa de Clementina mientras decía “ Así no lo perderás, eres tan distraída” Clementina le dio las gracias, pero antes de dormirse estuvo pensando por qué tenia que llevar a cuestas aquel tocadiscos tan pesado en lugar de una flauta ligera, y si era verdad que no hubiese llegado a aprender las notas y que era distraída, pero después, avergonzada, decidió que tenia que ser así, puesto que Arturo tan inteligente lo decía y suspiro resignada y se durmió.

Durante algunos días Clementina escuchó el tocadiscos. Después se cansó, era de todos modos un objeto bonito y Clementina se entretuvo limpiándolo y sacándole brillo, pero al poco tiempo volvió a aburrirse y un atardecer mientras contemplaba las estrellas a orillas de un estanque silencioso, Clementina dijo “¿Sabes Arturo?, algunas veces veo las flores tan bonitas y de colores extraños que me dan ganas de llorar, me gustaría tener una caja de acuarelas y poder pintarlas”. “¡Vaya idea ridícula, te crees artista! Que bobada” y reía y reía.

Clementina pensó, “vaya, he vuelto a decir una tontería, tendré que andar con cuidado o Arturo va a cansarse de tener una mujer tan estúpida” y se esforzó en hablar lo menos posible. Arturo se dio cuenta enseguida y afirmó “Tengo una compañera aburrida de veras. No habla nunca y cuando lo hace no dice más que disparates” pero debió sentirse culpable y a los pocos días se presentó con un paquetón. “mira, he encontrado a un amigo mío pintor y le he comprado un cuadro para ti. ¿Estarás contenta? Decías que el arte te interesa pues ahí lo tienes, átatelo porque con lo distraída que tu eres, ya veo que acabarás por perderlo”.


La carga de Clementina aumentaba poco a poco, un día se añadió un florero de Murano “¿no decías que te gustaba Venecia? Tuyo es, átalo bien para que no se te caiga, eres tan descuidada…”, otro día llegó con una colección de pipas austriacas dentro de una vitrina, después una enciclopedia que hacia suspirar a Clementina, “Si por lo menos pudiera leer” llegó el momento en que fue necesario añadir un segundo piso a la casa de Clementina.

Clementina, con la casa de dos pisos a sus espaldas, ya no podía moverse. Arturo le llevaba la comida y esto la hacia sentirse impotente, el siempre le decía “¿Qué harías tu sin mi?” “Claro” suspiraba Clementina “qué haría yo sin ti”.

Poco a poco la casa de dos pisos quedó completamente llena, pero ya tenía una solución: tres pisos mas se añadieron a la casa de Clementina. Hacía mucho tiempo que la casa de Clementina se había convertido en un rascacielos. Clementina, una mañana de primavera, decidió que aquella vida no podía seguir por más tiempo, salio sigilosamente de la casa y se dio un paseo, fue muy hermoso pero muy corto. Arturo volvía a casa para el almuerzo y debía encontrarla esperándolo como siempre.
Pero poco a poco el paseíto se convirtió en una costumbre y Clementina se sentía cada vez más satisfecha de su nueva vida. Arturo no sabía nada pero sospechaba que ocurría algo “¿De que demonios te ríes, pareces tonta?” Le decía, pero Clementina esta vez no se preocupó en absoluto, ahora salía de casa en cuanto Arturo volvía la espalda y Arturo la encontraba cada vez mas extraña, y encontraba la casa mas desordenada, pero Clementina empezaba a ser verdaderamente feliz y las regañinas de Arturo no le importaban ya.

Y un día Arturo encontró la casa vacía, se enfadó muchísimo, no entendió y años mas tarde seguía contándoles a sus amigos: “Realmente era una ingrata la tal Clementina, no le faltaba nada, veinticinco pisos tenia ya su casa y todos llenos de tesoros”.

Las tortugas viven muchos años, y es posible que Clementina viaje feliz por el mundo, es posible que toque la flauta y haga hermosas acuarelas de plantas y flores.

Si encuentras una tortuga sin casa, intenta llamarla: "CLEMENTINA, CLEMENTINA"

Seguro que es ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario